Si bien es cierto que ahora todas las miradas y expectativas están puestas en la nueva presidencia de Donald Trump y sus amenazas proteccionistas, lo cierto es que ya desde la actual presidencia de Joe Biden el libre comercio se comenzó a enfriar como nunca antes desde finales de los años 70.

Lo cierto es que esa puerta entrecerrada parece que terminará de recibir un portazo después del 20 de enero próximo. Si los rumores se convierten en verdad, su próximo representante de Comercio (USTR, según las siglas en inglés) sería nuevamente Robert Lighthizer, quien en el primer mandato de Trump tuvo a cargo la negociación del reemplazo del TLCAN, el T-MEC.

Durante la campaña presidencial, el ex funcionario escribió una columna de opinión en The Economist, este abogado de Ohio ratificó sus credenciales de halcón proteccionista y criticó a los “puristas del libre comercio” que demonizan las aranceles, cuando en realidad, dijo, fueron una herramienta fundamental para que Estados Unidos pasara de ser un país agrícola en el siglo XIX a ser la primera potencia económica y política mundial, industria incluida, a partir del siglo XX.

Es, como Donald Trump, un fanático de la palabra ‘arancel’ y dijo en aquel panel de The Economist que, si bien son herramientas que muchos ven como dañinas, “en el mundo real son a menudo beneficiosas”. Lighthizer agregó que “los masivos déficits comerciales son una carga sobre la economía de Estados Unidos y su contraparte son países que, como China, tienen superávits persistentes a partir de deprimir artificialmente la demanda global y usar “masivas distorsiones” para inundar terceros mercados”. Lo que no dijo en ese momento, pero que de este lado de la frontera tenemos muy claro es que hoy ya somos el primer socio comercial de su país desde este año y nuestro déficit comercial (solo superado por el de China, justamente) aumentó a 152 mil millones de dólares en 2023, un crecimiento del 37 por ciento desde 2020.

Cabe recordar que fue el propio Lighthizer, quien inició la guerra comercial con China a mediados de 2017, misma que (de una forma u otra) nos ha beneficiado para aumentar nuestras exportaciones y de disfrutar del maná de las inversiones que trajo el fenómeno de relocalización de industrias (nearshoring).

Pocos días antes de las elecciones en Estados Unidos, este duro abogado publicó una columna de opinión en el Financial Times donde daba algunas pistas de cómo serían sus nuevas recomendaciones en su segundo mandato en la Casa Blanca para tratar con los países con los que tienen los más altos déficits:

“Hay tres maneras de lograr justicia y equilibrio y ayudar así a las empresas y a los trabajadores. 1) Estados Unidos podría imponer un sistema de certificados de importación/exportación, 2) podría legislar una tarifa de acceso al capital para las inversiones entrantes, lo que significa que comprar nuestros activos sería más costoso. O, finalmente, Estados Unidos podría utilizar aranceles para compensar las políticas industriales injustas de los depredadores”. Bajo esa definición está no solo China, sino también México.

Esta situación debería poner más anabólicos a las estrategias que se están delineando en la Secretaría de Economía para volver a sentarse en la mesa con este ‘halcón proteccionista’.